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Presentación

La historia de Mariposas y supercuerdas es larga y complicada. Baste decir que lo primero que ocurrió fue que el editor original (no Península, por supuesto) retrasó un año, o quizá más, la publicación, para gran disgusto de Ferrater Mora, que creía que cuando se escribía algo debía publicarse lo antes posible puesto que pretendía que sus escritos guardasen una estrecha relación con la actualidad.

Cuando Ferrater Mora partió hacia Barcelona, el 25 de enero de 1991, pocos días antes de su muerte repentina, estaba muy contento ya que iba a la ciudad que le había visto nacer para la presentación de lo que creía que iba a ser el primero de sus cuatro libros que se publicarían ese año. Acababa de aparecer Señorita Goldie y numerosas personas querían entrevistarle acerca de esa obra. Los otros tres libros que esperaba ver publicados ese año eran Mariposas y supercuerdas, Las palabras y los hombres y Mujeres al borde de la leyenda. Los dos últimos libros aparecieron, en efecto, en 1991, pero no sucedió así con Mariposas y supercuerdas. El editor original no sólo perdió el manuscrito sino que además agravó la comedia de errores porque no fue capaz de informar a Mercedes Casanovas, agente literaria y amiga de Ferrater Mora, o a mí misma, de ese hecho.

La pérdida del manuscrito podría haberse subsanado fácilmente, ya que Ferrater Mora, meticuloso con sus escritos, siempre hacía, por si acaso, copias del disco duro de su ordenador en un disquete, o generalmente en dos , además de conservar varias copias impresas, que archivaba en un lugar oportuno. Después de todo este tiempo, estoy segura de que le hubiera encantado ver finalmente publicado Mariposas y supercuerdas y estoy igualmente segura de que le habría gustado saber que ahora aparece publicado por Península.

En su prefacio, Ferrater Mora observa que Mariposas y supercuerdas, al igual que su colección anterior de ensayos Ventana al mundo, está ordenado alfabéticamente y que, por lo tanto, es un «Diccionario para nuestro tiempo», o como él escribe, «Un diccionario para nuestro tiempo II». Resulta en cierto modo irónico que llame diccionario a esta serie de ensayos, ya que era conocido por la obra Diccionario de filosofía y a menudo se quejaba de que se le había prestado mucha más atención a esa extensa obra que a otros de sus escritos filosóficos más originales. Pero advirtió, supongo, que la manera más simple de sistematizar las muchas y variadas cuestiones de los ensayos era ordenarlas alfabéticamente por temas, y una vez conseguido esto, se convirtieron, de hecho, en una especie de diccionario.

Si miramos las «entradas» de «este diccionario», no podemos evitar sentirnos impresionados por la riqueza y la amplitud de intereses de Ferrater Mora: ciencia, política, moral, arte, historia, etc. Una rápida ojeada al contenido muestra que hay un gran número de ensayos incluidos en el apartado «Política». Un número más reducido están incluidos en el apartado «Moral», mientras que dos de ellos pertenecen al apartado «Toros». Si examinamos los ensayos con más atención, se hace evidente que algunos de los ensayos del apartado «Política» podían haberse incluido en el apartado «Moral», mientras que algunos de los ensayos de «Moral» podían haberse incluido en «Política». Del mismo modo, los ensayos sobre «Toros» podían haberse incluido en el tema «Moral» o quizás en el apartado «Política». Pero hay otra manera de clasificar estos ensayos que consiste en verlos como el reflejo de la gran pasión de Ferrater Mora por la justicia, una pasión que a veces no resultaba obvia, debido tal vez a su ironía e ingenio. También, quizá, la auténtica sutileza de su mente llevó a algunos a pensar que era una persona desapasionada, ya que tendemos a diferenciar pasión e intelecto como si fueran incompatibles. Creemos que una persona apasionada es emocional y quizás incluso irracional, mientras que consideramos que un intelectual es racional, frío, calmado y desapegado. Pero un intelectual no necesariamente carece de pasión; un intelectual puede tener un interés apasionado por las ideas, o por algunas ideas en concreto. El ejemplo de Ferrater Mora es una prueba de ello. Permítanme explicarlo.

Hubo un tiempo, tal vez un largo tiempo, debido sin duda a la implicación de Ferrater Mora en la guerra civil española y el subsiguiente exilio, durante el cual parecía creer que cualquier compromiso en la política era inútil, ya que el individuo no podía potenciar los cambios. El profesor Paz Espejo, ex alumno suyo, ha dicho que esto fue así durante los años que pasó en Chile. Esta postura no le impidió, sin embargo, seguir con gran interés lo que ocurría en el mundo, pero durante una época contempló los acontecimientos políticos como un espectador y no como un partícipe. En un determinado momento perdió esa sensación de desesperanza, aunque no puedo precisar con exactitud cuándo ocurrió.

En septiembre de 1961, al considerar la gran cantidad de trabajo que planeaba realizar para una nueva edición de su Diccionario de filosofía, a Ferrater Mora le preocupaba encontrar tiempo suficiente para «escribir o (reescribir) las miles de páginas necesarias para hacer algo voluminoso y decente». Luego añadía: «Estoy preocupado, y tal vez no debiera estarlo, porque podría muy bien ocurrir que una superbomba H ponga fin al problema de una vez por todas. ¿Habéis notado lo excitables que se han vuelto los grandes políticos del mundo durante las dos últimas semanas? Tal vez sea por el calor. Yo propongo un gobierno mundial de filósofos en el que yo desempeñaría gustoso un discreto papel. Los filósofos no son mejores que el resto de las personas, pero son demasiado tímidos como para lanzar bombas atómicas.»

Sobre la marcha de protesta contra la guerra del Vietnam, que se celebró en Washington D.C. en 1969, escribió: «Cuando vi la marcha silenciosa y la inmensa concentración de personas, me sentí verdaderamente conmovido. Debería haber estado allí.. La gente respondió. Fue hermoso, como una gran sinfonía.»

Algunos de los últimos ensayos escritos por Ferrater Mora eran protestas contra la intervención de los Estados Unidos en Irak. No sólo publicó ensayos expresando sus preocupaciones sino que también mandó telegramas a George Bush, presidente de los Estados Unidos, en los que le decía: «No imite a Hussein» y a los senadores de Pennsylvania pidiéndoles que votaran en contra del envío de tropas a Irak. Incluso en su lecho de muerte afirmó que un mundo en el que existía esa violencia, un mundo en el que las muertes de personas inocentes contaban tan poco, presentaba un espectáculo deprimente.

La pasión de Ferrater Mora por la justicia no era estrecha y limitada. No abarcaba sólo a los hombres, sino también a las mujeres, tal como queda demostrado por su repetida afirmación de «soy un feminista». Tampoco su pasión por la justicia se limitaba a su pueblo o a su nación. Quería justicia para Cataluña, para España, para los Estados Unidos y para todos los pueblos. Pero incluso llegaba más lejos. Rechazaba una visión antropocéntrica del mundo, y apoyaba lo que ha dado en llamarse «los derechos animales», aunque no siempre se sentía del todo cómodo con el lenguaje de los derechos, prefiriendo hablar de «preferencias éticas». De hecho, en el momento de su muerte estaba escribiendo un artículo sobre los «derechos» y revisando la complicada historia de este término. Sin embargo, no es necesario utilizar el término «derechos» para describir los criterios de Ferrater Mora. Creía que a los animales, como criaturas vivas que tienen preferencias, y que pueden sufrir y experimentar placer y dolor, se les tenía que permitir vivir su vida libremente, libres de la explotación y el control humanos. Esta es una idea intelectual, una idea de justicia que abarca la noción de que nosotros, los humanos, debemos tratar justamente a las otras criaturas con las que compartimos el planeta. Para apoyar este criterio pueden formularse argumentos racionales; no tiene nada que ver con el amor por los animales.

Tal vez sea necesaria alguna clarificación. Hay una diferencia entre ser «un amante de los animales» (como yo, lo que significa divertirse con ellos, sentirse emocionalmente ligada a ellos, disfrutar de su compañía, pensar que se les comprende y que es posible la comunicación con ellos, etc.), lo cual implica una respuesta emocional, y ser una convencida de los derechos animales, lo cual es una posición intelectual. Hay personas que están en pro de los derechos animales pero no son amantes de los animales, del mismo modo que hay muchos amantes de los animales que no están convencidos de los derechos animales.

No pienso que Ferrater Mora creyese que se comunicaba con los animales, ni éstos con él, porque su conducta muchas veces le sorprendía. También dudo mucho de que Ferrater Mora quisiera a los animales, o si lo hacía, era sólo de una manera indirecta porque me amaba a mí y por ello también amaba a los objetos de mi afecto. Pero lo que es más importante, respetaba a los animales, tanto a los humanos como a los otros, y esto, para mí, es ser una persona convencida de los derechos animales.

Un hecho real ilustrará este punto. Un día, en Barcelona, mi marido y yo paseábamos cerca de la catedral cuando apareció en el asfalto un ratón recién nacido. Apenas había visto a la diminuta criatura cuando un joven alto y fornido, que llevaba pesadas botas con punteras metálicas, acompañado de otros jóvenes altos y fuertes y algunas chicas, dio una patada al ratón para diversión de sus amigos. El ratón salió volando y chocó contra el suelo con un ruido sordo. Intentó escapar pero tenía una pata herida Y corrió con dificultades tratando desesperadamente de huir. Mi conocimiento de la lengua española me abandonó y lo único que pude hacer fue tirar del brazo de mi marido diciendo: « ¡Haz algo!, ¡haz algo!» Al parecer Ferrater Mora no había visto al joven golpear al ratón pero en seguida comprendió lo sucedido y vio que el joven intentaba golpearle de nuevo, tal vez para impresionar a sus acompañantes femeninas, que chillaban y expresaban así su admiración ante este ejemplo de valentía machista. Ferrater Mora corrió hacia los jóvenes, situándose entre ellos y el animalito y les dijo: «De haber sido un león no lo habrías hecho. » Por un momento, el sorprendido joven miró como si quisiera agredir al intruso que se había interpuesto en su camino, luego pareció no comprender nada y al final se mostró avergonzado, murmurando que no pretendía hacer daño a la pequeña criatura. Mi marido regresó triunfante a mi lado.

Cuento esta historia y repito las palabras exactas de Ferrater Mora, que recuerdo claramente puesto que en aquel momento pensé: «¡Qué cosa más extraña he dicho!», para ilustrar de alguna manera cómo pensaba. Primeramente, y por encima de todo, no pensó en su propia seguridad al interrumpir la diversión de los jóvenes y ponerlos en una situación tan poco halagadora ante sus acompañantes femeninas. Pero lo que es más importante, sus palabras muestran que estaban haciendo hincapié en la diferencia entre la fuerza del joven y el diminuto e indefenso ratón: un caso de injusticia o de desigualdad de fuerzas, como prefieran. No fue una muestra de sentimentalismo emocional por parte de Ferrater Mora, no se trataba de que amase al ratón. Lo que expresó fue su pasión por una idea, la idea de justicia, y dejó claro su rechazo ante la idea de que, en cualquier circunstancia, «el poder gobierna el mundo del deber».

Sólo pretendo sugerir aquí que la vitalidad intelectual de Ferrater Mora, su pasión por la justicia, similar a lo que el profesor William Kluback ha llamado su amor por lo finito, resplandece en muchos, si no en todos, de estos ensayos y es lo que les da unidad.

PRISCILLA COHN,
Profesora de filosofía, Pennsylvania State University
Mayo de 1993