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Prólogo para esta ediciónAlgunas escritoras piensan que sólo las mujeres pueden describir a otras mujeres, o escribir sobre ellas, con pleno conocimiento de causa. Me parece una opinión poco feminista. Las mujeres son lo suficientemente interesantes y complejas para no ser reducidas a tema exclusivo de sí mismas. Es muy probable que haya aspectos de las mujeres definitivamente inaccesibles a los hombres, pero ello no las sitúa en un vedado donde nadie salvo ellas puedan ingresar. Además, no hay, propiamente hablando, «mujeres» en general, como no hay tampoco hombres en general: hay muchos tipos de mujeres y, sobre todo, hay muchas mujeres, cada una con su personalidad propia. En este sentido, las narraciones pueden ser más penetrantes y comprensivas que las teorías psicológicas. Este libro es, en todos los sentidos, un libro feminista. Las mujeres que en el se describen son muy distintas entre sí, pero todas tienen algo en común: una personalidad fuerte. Todas son, en el pleno sentido de la palabra, protagonistas —de la historia, de la leyenda, de la vida cotidiana. En mis novelas y cuentos no escasean los personajes femeninos de personalidad muy acusada. Supongo que a muchos narradores les sucede que al final no saben si han inventado sus personajes o si éstos son reales y se han limitado a describirlos. Por lo que a mí toca, el que no reciba, pongamos por caso, llamadas telefónicas de Claudia, de Teresa, de la señora Garfield o de Goldie —para citar sólo cuatro de mis heroínas— no me demuestra que no existan, sino sólo que las compañías telefónicas no funcionan como es debido. Lo mismo me ocurre, en el caso de estas Mujeres al borde de la leyenda, con —por ejemplo— Medea Benavides, Dafne Laurel o Amalia Rebollo («Salomé»). Espero que las lectoras y los lectores acaben por creer lo mismo. JOSÉ FERRATER MORA |